miércoles, 19 de abril de 2023


 Y al fin, de la nada, estoy aquí, de vuelta con esta locura del blog. Pretendía preparar clases cuando me topé con una cita de Kundera y recordé un viejo posteo en mi otro blog.

     El posteo entero  no estaba en el blog de notas, solo las citas. Y volvieron a golpearme, a sacudirme de otra manera hoy en día, tras dos años de aislamiento, de Pandemia, tras toda esa agua bajo el puente. Por eso ahora hago este remix de aquel posteo, empezando con las citas:


Milan Kundera
La Insoportable Levedad del Ser

Sexta Parte / La Gran Mancha
5
La disputa entre quienes afirman que el mundo fue creado por Dios y quienes piensan que surgió por sí mismo se refiere a algo que supera las posibilidades de nuestra razón y nuestra experiencia. Mucho más real es la diferencia que divide a los que dudan acerca del ser que le fue dado al hombre (por quien quiera que fuera) y a los que están incondicionalmente de acuerdo con él.
    En el transfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos
acuerdo categórico con el ser.
    Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable.
    De eso se desprende que el ideal estético del
acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama Kitsch.
    Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el Kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.

Milan Kundera, La Insoportable levedad del ser. Tusquets Editores, Colección Andanzas N° 25, Barcelona, 1988.


 

Por supuesto, eran finales de los años ochenta y en la escuela de letras a la que asistía no había nadie que no leyera a Kundera; no recuerdo  qué me convenció (yo que soy renuente a subirme a las modas lectoras cuando alcanzan gran popularidad) de leer la novela (acaso el sexo en las primeras páginas), pero agregó este ángulo filosófico, esta visión sobre cosas tan mundanas e inmundas que me hizo ver diferente a su literatura. Me aguzó el ojo para mirar eso kitsch que invadía los hogares mexicanos, todas esas cerámicas patéticas, las carpetitas y cobertores de baño (los detalles en el mambo taxi en Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodovar), en un primer instante y luego cada vez me aguzó la mirada hacia todos esos adornos que plagan nuestra existencia consumista, que llena nuestras casas de cosas inútiles que pretenden elevar más allá de la miseria y la temporalidad a nuestra existencia.

     Ahora intercede una imagen de Fight club, justo cuando Edward Norton baja del Taxi para descubrir que su departamento ha volado en pedazos y que su perfecta existencia sacada de catálogos de cierta marca de altos vuelos, yacen hechos pedazos ígneos en el suelo. Y viene la llamada y otra línea memorable que usa Brat Pitt y que luego (o antes) repetirá Papa Roach:  The things you own, own you... Y su propuesta fundamental de desposeción y rebeldía, tal como toda buena rola de rock prescribe.

     Pero me estoy alejando.

     De esta novela y se la siguiente de Kundera me apropié de muchísimas cosas... Y ocurrió algo más, inequívocamente sus ecos me regresaron a la CF, a uno de mis autores favoritos, a:

 

Philip K. Dick
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (fragmento)


 El silencio del mundo no podía refrenar su codicia. Y menos ahora, cuando ya virtualmente había vencido.
     Se preguntó entonces si las demás personas que se habían quedado experimentaban el vacío de la misma manera. O bien, esto podría deberse a su peculiar identidad biológica, una degeneración determinada por su inepto aparato sensorial. Vivía solo en ese ruinoso edificio de mil apartamentos deshabitados que, como todos los demás, se derrumbaba de día en día en un deterioro entrópico creciente. Finalmente, todo lo que había en su interior se fundiría, sería idéntico e irreconocible, mero desecho amorfo, kippel apilado hasta el cielorraso de cada apartamento. Y después el edificio mismo perdería su forma y quedaría sepultado bajo el polvo ubicuo. En ese momento él, naturalmente, estaría muerto. Este era otro hecho que resultaba interesante prever mientras permanecía en esa lamentable habitación, a solas con el silencio mundial que imperaba omnipresente y sin pulmones.
     Quizá fuera mejor encender de nuevo la televisión. Pero los anuncios, dirigidos a los normales que quedaban, lo asustaban.


Y hay un fragmento más explicito:


—Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a la cama y deja un poco de kippel en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente hay dos veces más. Cada vez hay más.
     —Comprendo —la chica lo miraba con duda, no sabía si creer o no, ni siquiera si él hablaba en serio.
     —Esa es la primera Ley de Kippel —dijo él—. El kippel expulsa al no-kippel. Como la ley de Gresham acerca de la mala moneda. Y en estos apartamentos no hay nadie para compartir el kippel.
     —De modo que se ha apoderado de todo —concluyó la muchacha—. Ahora comprendo.
     —Este lugar —continuó Isidore—, este apartamento que ha elegido, está demasiado kippelizado para vivir en él. Podemos rechazar el factor Kippel; podemos hacer lo que le dije, buscar en los otros apartamentos. Pero...
     Se interrumpió.
     —¿Pero qué?
     —No podemos ganar.
     —¿Por qué no? —la chica salió al pasillo cerrando la puerta tras de sí. Cruzó los brazos modestamente sobre sus senos altos y pequeños, y enfrentó a Isidore, ansiosa por comprender. Al menos eso le pareció a él. Se la notaba atenta.
     —Nadie puede vencer al kippel —continuó—, salvo, quizás, en forma temporaria y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he logrado una especie de equilibrio entre kippel y no-kippel, al menos por ahora. Pero algún día me iré, o moriré, y entonces el kippel volverá a dominarlo todo. Es un principio básico: todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippelización. Con la única excepción del ascenso del Wilbur Mercer. La muchacha lo miró.

Y un remate:

—El Mercerismo no se ha terminado —dijo Isidore. A los androides les ocurría algo, algo terrible, pensó. Y la araña. Tal vez había sido realmente la última de la Tierra. La araña se había ido, Mercer se había ido... Isidore vio el polvo y la ruina extendiéndose por el apartamento. Oyó la llegada del kippel, del desorden final de todas las formas, de la ausencia triunfadora, mientras estaba allí, de pie, con la taza de cerámica vacía en la mano. Los armarios de la cocina crujieron y se partieron; el suelo cedió bajo sus pies.
     Se movió y tocó la pared. Su mano quebró la superficie. Trozos grises se desprendieron y cayeron, fragmentos de enlucido semejantes al polvo radiactivo del exterior. Se sentó junto a la mesa; las patas de la silla se torcieron como tubos huecos y podridos. Se puso de pie enseguida, dejó la taza y trató de componer la silla, de hacer que volviera a su forma anterior. Pero se desarmó entre sus manos: los tornillos que habían sujetado sus partes estaban sueltos. Vio sobre la mesa cómo a la taza le aparecía una grieta, cómo se extendía una fina red de líneas y caía un trozo y a la vista quedaba la materia interior, que no era vítrea.

Philip K. dick. ¿Sueñan los androides con ovejas elèctricas?. Ediciones Orbis, Barcelona, 1987

 

Cuando hice el original posteo  prácticamente encontraba una sinonimia entre el kitsch y el kippel; ahora me parece que el primero es un intento de prevenir el segundo, aunque sin un verdadero sentido o factor que le impida convertirse en Kippel... 

      Ahora, durante la pandemia y el encierro, acaso por las dificultades con el sistema de limpieza, a caso por este ostracismo exacerbado, nos encontramos luchando constantemente con el Kippel, con esas especies, esas cosas degradadas que se van acumulando en casa,

     La cosa no acabó allí, me llevó a

 

William Gibson
Quemando Cromo / El Mercado de Invierno
Gomi


¿Dónde termina el
gomi y empieza el mundo? Los japoneses, hace un siglo, ya habían agotado el espacio para gomi alrededor de Tokio, así que propusieron un plan para crear espacio con gomi. Hacia el año 1969 se habían construido una islita en la bahía de Tokio, hecha de gomi, y la bautizaron Isla del Sueño. Pero la ciudad seguía vertiendo sus nueve mil toneladas diarias, así que construyeron Nueva Isla del Sueño, y hoy coordinan todo el proceso, y nuevas niponas emergen del Pacífico. Rubin ve todo esto en los noticieros y no dice nada.
     No tiene nada que decir sobre el gomi. Es su medio, el aire que respira, algo en lo que ha nadado toda la vida. Recorre Greater Van en una especie de camión decrépito construido recortando un antiguo Mercedes utilizado para llevar carga en el aeropuerto, y con el techo oculto bajo una ondulante bolsa de caucho llena de gas natural. Busca cosas que encajen en el extraño diseño garabateado dentro de su frente por lo que sea que le sirve de Musa. Trae más gomi a casa. Algunas piezas son todavía operativas. Algunas, como Lise, son humanas.

(...)

Rubin, en un sentido que nadie entiende del todo, es un maestro, un profesor, lo que los japoneses llaman un
sensei. De lo que es maestro, en verdad, es de la basura, de trastos, de desechos, del mar de objetos abandonados sobre el que flota nuestro siglo. Gomi no sensei. Maestro de la basura.
     Lo encontré, esta vez, sentado en cuclillas entre dos máquinas de percusión de aspecto cruel que no había visto nunca: herrumbrosas patas de araña dobladas hacia el corazón de abolladas constelaciones de latas de acero recogidas en los basureros de Richmond. Nunca llama «estudio» al sitio donde trabaja, nunca se refiere a sí mismo como «artista». «Perder el tiempo», dice para describir lo que hace, que aparentemente ve como una extensión de tardes infantiles perfectamente aburridas en patios traseros. Deambula por ese espacio atascado, lleno de basura, una especie de minihangar adosado a la parte del Mercado que da sobre el agua, seguido por la más inteligente y ágil de sus creaciones, como un Satanás vagamente afable empeñado en la elaboración de procesos cada vez más extraños en su continuo infierno de
gomi. He visto a Rubin programar sus construcciones para identificar y atacar verbalmente a los peatones vestidos con prendas del diseñador más famoso de una estación dada; otras construcciones se ocupan de misiones más oscuras, y unas pocas parecen construidas con el único propósito de reconstruirse con el mayor ruido posible. Rubin es como un niño; también vale mucho dinero en galerías de Tokio y París.
(...)

William Gibson. Quemando Cromo. Editorial Minotauro. Barcelona, 1994.

La acumulación de Gomi tambien es grande por aquí, aunque, durante el temblor del 17, cuando media Jojutla se vino abajo (y ayer tembló, por cierto) la ciudad descubrió la lucrativa venta de fierro, cobre, pet y plástico, lo cual ha librado de más basura a nuestras calles; veo cada vez más gente recogiendo ese gomi para la venta; otra clase de valoración, otra clase de aproximación a la basura...

     Acaso lo único cierto es este tironeo constante con la basura, con llenar nuestra vida de basura para disimular la mierda, con mandar a la mierda esa basura misma... O cosa por el estilo...

     Las razones para este posteo se veran muy pronto por aquí. Hay que hacer unas cuantas aclaraciones:

  1. Los posteos vendrán cuando sean necesarios, no habrá intento alguno de regularidad
  2. Para mi el blog sigue conservando esa categoría que anula las exigencias de un génro, así que ustedes saben su se arriesgan.
  3. Las imágenes que acompañan a este posteo han sido generadas por mi intervención con la IA de Night Cafe y todas fueron producidas con partes selectas de los textos de las citas aquí presentadas.
  4. Esta es la dirección de Night Café, por si se preguntan y quieren juguetear al respecto.
     

    

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